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El soberano Alfarero

Nadie contrata inexpertos para tareas importantes, todos queremos que nuestra ampliación quede bien hecha, que las mejoras en las que estamos invirtiendo tengan la calidad y estética que hemos imaginado para el disfrute de nuestra familia. Me atrevo a asegurar que nadie que lea lo anterior tiene reparo alguno con el planteamiento, es decir, nadie objeta que en el ámbito de lo que podríamos llamar nuestro “mundo secular” (Aunque es necesario aclarar que para Dios no existe dicotomía alguna entre lo que hago dentro o fuera de la iglesia) la relación entre experiencia, preparación y calidad van de la mano.


Nosotros pensamos así, en nuestro mundo postmoderno la vida, las relaciones los negocios, los proyectos e incluso nuestras proyecciones están de la mano del conocimiento, donde se nos ha enseñado que la preparación, el profesionalismo y la gestión son las herramientas que aseguran el éxito en todo.


“Hice un mueble con misericordia y dirigí un cuerpo de jóvenes con profesionalismo”


Decir que el profesionalismo y la gestión asegurarán el éxito en todo, es una verdad a medias (me suena a Génesis 3:4), puesto que los problemas con la preparación y el profesionalismo son a lo menos tres: Dónde se usa (contexto), (cómo) la forma de hacerlo y (para qué) lo que se espera de su aplicación.


En cuanto al contexto en que se usa, quisiera decir que profesionalizar los oficios no es que sea malo en sí mismo, si no más bien que no es aplicable al cien por ciento de las cosas de nuestras vidas. Me explico: puedes aplicar gestión a la construcción de un puente, pero no puedes hacer una carta Gantt para el crecimiento de tu fe, por otra parte, es muy necesario que seas entendido y profesional si vas a confeccionar un mueble que pretendas vender o regalar, pero el estilo y el perfeccionismo no te servirá cuando tengas que restaurar una relación o perdonar a un hermano.


He fabricado muebles con fe y he dirigido un cuerpo de jóvenes con gestión. En ambos casos he fracasado; no puedes aplicar misericordia a la elección de materiales; imagina: debería ponerle cuatro tornillos para que quede firme, pero seré misericordioso y le pondré sólo dos; debería apretar muy fuerte cada unión del mueble siento compasión de esas maderas, así que sólo lo apretaré un poco. Pensar así en la fabricación de muebles sólo tiene un fin. El fracaso.


De la misma forma, profesionalizar el servicio en el Reino no tiene sentido, más bien es peligroso. Recuerdo que hace muchos años intentamos hacer de nuestras reuniones de jóvenes algo estricto y riguroso, de las asistencias a los servicios zonales algo bien gestionado; la intención era demostrar que haciendo las cosas según un plan habría resultados seguros y se vería en el crecimiento del cuerpo. Así que yo mismo hice una carta Gantt para planificar nuestra escuela de verano, pusimos horarios estrictos para los servicios, la asistencia a los servicios internos y zonales se convirtieron en una invitación/exigencia. Y aunque la intención de planificar era buena el problema fue precisamente que sólo hicimos esto: planificar y exigir, olvidando el significado de la palabra “Si Dios quiere... (Santiago 4:15)”.


Desde esos años hasta ahora he reconsiderado todo nuestro quehacer dentro del Reino de Dios y creo que las cosas de Dios se deben hacer a la manera de Dios, porque él es quién llama, quién prepara y quién dirige los destinos de su obra.


El segundo problema con el profesionalismo es lo que representa su aplicación. Hoy es el apogeo de las normas, las certificaciones y los procedimientos; si quieres hacerlo de manera profesional debes seguir los estándares, debes observar cada paso que das, todo debe estar controlado y no debes olvidar registrarlo todo. No quiero alargarme en este punto, puesto que creo se entiende el conflicto con el proceder del Espíritu Santo y del Evangelio sobre los afligidos, los pecadores y los llamados por Dios. Imaginemos a Abraham diciéndole a Jehová: “Perfecto, saldré a la tierra que me ordenas en cuanto me digas para qué”. O a Moisés pidiéndole a Dios que le mostrará todos los problemas antes de enfrentarse a ellos para ir preparado: Jesús nunca aplicó un mismo procedimiento para sanar o perdonar, los discípulos fueron saciados de múltiples formas y cuando creyeron haber encontrado la fórmula para echar fuera demonios, viene Jesús y les muestra que las fórmulas y los procedimientos envasados no sirven (Mateo 17:21). El punto es claro, Dios es creador, observa la creación y admira lo infinito de sus diseños. Su obra sobre los hombres también está definida por su dirección y su multiforme gracia (1 Pedro 4:10).


El tercer problema tiene que ver con los resultados de obrar según las reglas de la gestión. El conflicto aquí es con el objeto de la gratitud por los resultados. En la construcción de un edificio la gloria es del arquitecto (hasta ponen sus nombres en las fachadas), en los buenos negocios, los aplausos son para los ejecutivos. Pero en el Reino, la gloria no es de la planificación, ni de los programas ni de los altos estándares que nos imponemos; cuando estos fallan en el crecimiento de un grupo de jóvenes, en la organización de un gran evento o en la planificación de un año de trabajo (porque es la realidad), debemos reconocer que los aplausos son para el que nos arengó a tener fe, el que nos dijo que esperáramos en Dios, el que nos pidió paciencia, el que nos reprendió diciéndonos el servicio lo dirige el Espíritu Santo y no el protocolo.


Los conflictos son claros, no podemos profesionalizar la fe, no existen estándares a los que se sujete el trabajo en el Reino y por último, los resultados son por obra y para gloria de Dios. Así que, al comenzar nuestro estudio de este gran profeta, lo haremos bajo la premisa de que nuestras materias son la misericordia, el clamor, la oración, la santidad, la negación, la cruz, la verdad, la piedad, el perdón y el amor.

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